Año | 2021 |
Género | Performance |
Obra | INFERNO |
Estreno | Torelló. Cementerio municipal |
DANTE DE LA MANO DEL POETA VIRGILIO, ATRAVIESA LOS INFIERNOS
HABITADOS POR LAS SOMBRAS DE LOS PECADORES
Albert Vidal relata el viaje acompañado de imágenes ilustrativas del itinerario dantesco. Cantos telúricos acompañan la apasionada recitación de los abismos del inframundo.
Canto III. Descubriremos en el círculo de los indolentes a aquellos que por cobardía o dejadez no asumieron ningún compromiso en sus vidas. Veremos el demonio Caronte subirlos en una barca a golpes de remo para trasladarlos al otro lado del río en un viaje sin retorno.
Canto V. En el siguiente capítulo, asistiremos al fervoroso amor de Paolo y Francesca, extasiados en su adulterio, asesinados por el celoso hermano de Paolo.
Canto VI. Círculo de los suplicios donde los glotones incontinentes sufrirán las dentelladas y desgarros del demonio Cerbero, perro rabioso de tres cabezas.
En su camino, se encuentran Ciacco, célebre personaje de la época de Dante, que era la burla de todos por su irrefrenable glotonería. Seguirá éste hundido en el barro infecto hasta el juicio final.
Estos tres actos son recitados por el rapsoda en el idioma original, es decir, en toscano del 1300, para dar así más autenticidad a los horrores y sufrimientos de aquellos que libraron su alma al rey del mal.
A finales de los tres cantos, Albert Vidal se dirigirá al público; esta vez sí, con unos versos de Agostino Manni (1600 dc) traducidos en lengua local sobre la importancia de la ética y del buen obrar para ser así dignos de existir en este mundo.
FICHA ARTÍSTICA
Rapsoda Albert Vidal
Sombra de Dante Noe Vidal
Viola de arco Xavier Macaya
Violín Ricard Vallina
Vestuario Oghi Ochir
Espacio sonoro Denys Sanz
Diseño de luces y mapping Jordi Pérez
CRÍTICA
“PER ME SI VA NE L’ETERNO DOLORE ”
O
DANTE EN PERSONA
En la invitación constaba INFERNO – Cirvianum Teatre Torelló, fecha: 29/05/2021 a las 22 horas. No ponía nada sobre el cementerio local, pero yo sabía que iba a ser allí y la verdad es que alimentaba cierta suspicacia ante el acto temiendo comparecer como figurante en una anécdota teatralizada. El cementerio de Torelló imponía silencio y respeto. Tal vez un poco de miedo, tanto que los que vimos a Albert Vidal recitando el Infierno de Dante por la noche en un camposanto, evitamos inconscientemente dispersarnos demasiado. Era mejor estar más próximos uno del otro.
Todo era insólito. No sé cómo comportarme en los cementerios por la noche, de modo que la extrañeza me dominó por completo. Pero no duró mucho. Fue desvaneciéndose a partir del momento en que vi las manos de Albert Vidal que con sus inconfundibles movimientos empezaron a brotar de un cuerpo joven que no era el suyo. Era de su hijo Noé que irrumpió en el escenario, improvisado en la entrada de la capilla, como una aparición.
Su gran impacto fue logrado por la sincronía entre el sonido estruendo y el momento exacto de encender los focos. Puede que yo retrocediera un paso en aquel momento. El personaje asombroso, sí, eso es, como si hubiera venido de las sombras, el rostro cubierto con una máscara, anunciaba el viaje por el infierno del rapsoda, evocando a Dante desconsolado por la muerte de su amada y dispuesto a todos los riesgos. “!Beatrice! ¡Beatrice!”. Los mismos gestos del mimo y del príncipe telúrico que Vidal ha eternizado, se dejaban reconocer siguiendo los impulsos del otro cuerpo en escena en una especie de relevo generacional. Los gestos permanecen. Sólo cambian de amo. Duran. Durarán.
Iluminados por las luces se distinguían los números incrustados en los nichos donde están sepultados los antiguos habitantes de Torelló. ¿Cómo encerrar vidas? ¿Cómo aprehender ausencias? ¿Cómo darles forma? Algunos de los nichos lucían flores que se movían con las ráfagas del viento e iban siendo regadas cada vez con más fuerza por las gotas de lluvia. “Inoportuna” – eso pensé yo en el principio, pero a medida que avanzaba el espectáculo, me di cuenta de que la lluvia tuvo un efecto movilizador y acabó catalizando una descarga creativa más intensa aún por parte de Vidal. El artista se tuvo que enfrentar a ella como a la bestia del Infierno. Y la dominó, la domesticó, se apropió de ella. A partir de cierto momento de la función tal vez fuera él quien decidía cuándo la lluvia iba a parar o caer aún más fuerte. Y ella le obedeció.
El rapsoda había convocado su espíritu interior, impávido para volverse un Dante Alighieri que contaba con el auxilio de su maestro Virgilio a la vez que le indagaba, le escuchaba y se dejaba guiar por él en la ruta a través del infierno. Recitando los 400 versos de los primeros cantos en toscano, Vidal se acercó a la puerta del infierno, atravesó el vestíbulo de los cobardes que no tienen ni esperanza de la muerte y relató el suplicio de las almas transportadas por Caronte a la otra orilla del río en un viaje sin retorno. Luego atravesó el círculo de la lujuria y de la gula, donde por un momento prestó su cuerpo al Cerbero – el perro feroz de tres cabezas. Parecía que Vidal iba a serlo definitivamente. ¡Vimos sus fauces! Pero no. Algún instante después volvió a su función del rapsoda narrando los hechos como pintor que pinta, como músico que activa notas, como mago que es capaz de exhalar perfumes. Todos allí reunidos oímos lamentos, gruñidos, vimos el tumulto de las almas atormentadas, sentimos la textura del fango. Y teníamos delante al cuerpo de Albert Vidal apenas…
De hecho, a quien realmente teníamos delante era Dante Alighieri. Vidal ya no era más Vidal. “Dimmi, maestro mio, dimmi, segnore”. Era Dante en persona. El artista no estaba revitalizando la tradición ni la estaba actualizando. Él se fue a habitarla. Y dejó que Dante habitara su cuerpo celebrando un tiempo festivo, sagrado que cobija a Chaplin, Jacques Lecoq, Kazuo Ohno, Darío Fo. Los grandes maestros nunca se han ido. Siguen aquí. Ellos son Albert Vidal. A lo mejor serán su hijo Noé. Su legado yace en los que aún no se han rendido en nuestra sociedad del rendimiento, en los que han preservado su lazo con lo sublime y sus deseos intactos, no regulados por nadie, como una razón de ser. Son pocos, la verdad, pero suficientes como para saber dónde nos hemos equivocado y para apuntar un nuevo camino en un acto creativo de salvación. Tal como lo hizo Albert Vidal recitando los cantos del Inferno de Dante.
Fue una noche de primavera en un camposanto cuando aconteció aquel acto creativo, un acto vital para nosotros como sociedad, llevado a cabo por un Vidal que conlleva en su apellido la palabra “vida”. ¿Puede dar una vida? ¿Una nueva vida? Tal vez aquel acto fuese el comienzo de un nuevo pensar, de un nuevo obrar, de una nueva era en la que podamos recuperar el nexo con el conocimiento y con la ética. No será por casualidad que el artista se despidió del público citando las palabras de Agostino Manni (escritor italiano del siglo XVII), sobre la necesidad del buen obrar. ¿Obraremos bien? ¿Lo haremos? ¿Qué lugar querremos ocupar dentro del panteón de los personajes que representan la naturaleza humana?
A decir verdad, el día de la función tuve cierta reticencia en decir al taxista que me llevara al cementerio de Torelló a las diez de la noche. No quería asustarlo convirtiéndome en una sospechosa, salida de una de las historias macabras que comienzan exactamente así. Se lo dije de buen modo, tras una explicación bien humorada para apaciguar cualquier señal de su recelo. No obstante, hoy, tras haber visto el Inferno de Albert Vidal – Dante, sé que me equivoqué al no haber dicho desde el inicio cuál era el lugar del destino. Y si el buen hombre me hubiera preguntado: “¡¿Al cementerio?! ¡?Para qué?!”, le habría contestado: “Para salvarme”.
Jolanta Rękawek
Profesora titular de la Universidad Estatal de Feira de Santana Bahia, Brasil. 15-06-2021
ALBERT VIDAL ACTUALIZA EL «INFIERNO» DE DANTE
EN EL CEMENTERIO DE TORELLÓ
EL ARTISTA ES PIONERO UNA VEZ MÁS CON SU MÍSTICA MÁS ORIENTAL
El performer catalán más internacional, Albert Vidal, volvió a ser pionero y único en su última creación artística. En el marco del Festus Festival, el escenario elegido fue el cementerio de Torelló, un lugar tan inusual como el propio artista, y donde el pasado fin de semana por partida doble representó en formato rapsodia los versos del Infierno de La Divina Comedia de Dante. Un trabajo en toscano antiguo, de memoria y con una puesta en escena impecable, respetuosa, cuidada, austera, sensible, delicada, cercana y abierta a multitud de reflexiones emocionales y personales de todos los asistentes.
Vidal se superó, una vez más a sí mismo, y ni siquiera la lluvia del sábado durante más de media hora no le impidió, con la fuerza de la palabra y de la gesticulación que lo caracteriza, presentar un trabajo muy personal, gestado durante los últimos tres años en su espacio de producción de Vidrà. Una obra que ya se había estrenado a finales del 2019 en la planta -2 del parking del teatro Atlántida pero que ahora se ha actualizado y adaptado a un espacio insólito y donde habitualmente no se llevan a cabo este tipo de acciones.
Albert Vidal continúa presentando propuestas transgresoras, únicas y menos convencionales, como es el caso del cementerio de Torelló. Y es capaz de recitar de memoria 400 versos endecasílabos como si fuera un rapsoda del siglo XIV. Estos versos representan la odisea del protagonista hasta el corazón de la oscuridad y el abismo, acompañado por el poeta Virgilio.
Para completar este cuidadoso trabajo, no faltó la presencia de la herencia de Albert Vidal en su hijo, Noè, quien con apenas dieciséis años promete ser el continuador de la sabiduría, la gestualidad y la singularidad de su padre, un discípulo directo de los mejores maestros como Jacques Lecoq, Dario Fo y Kazuo Ohno.
Albert Vidal, que ha viajado por todo el mundo, ha bebido de fuentes de inspiración tan diversas como las técnicas de danza Topeng en Bali, el Butoh en Japón y la posesión Borí en Níger. Además, en su larga trayectoria profesional, ha registrado los primeros cantos telúricos en la India, en el norte de la península Ibérica y en Mongolia.
Toni Carrasco Osona.com. 01-06-2021
(Traducido por el chat GPT)